Por su especial afición al mundo de los autos, barcos y aviones, el autor hace especial énfasis a maravillosos ejemplares de estos importantes medios de transporte.
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Su alma de ferretero y la curiosidad denotan en Francisco Robles un ser culto, inquieto y lleno de intereses. Se destaca en la obra su interés por ser representante de variadas marcas de máquinas industriales, su amor por Lazara y el ascensor que le compra en Chicago, la rueda Pelton y la fascinación por este elemento que contagia a su hijo José.
La rueda Pelton
En la hacienda que había heredado Santiago, yacía sin mayor uso una antigua y roída rueda estilo Pelton. Santiago le planteó a Francisco la posibilidad de que le ayudara a restaurarla y suministrarle una serie de equipos complementarios para poder hacer realidad varios de sus sueños. Santiago quería servirse de las aguas de una quebrada para, con la ayuda de la gran rueda mover un trapiche de caña, un generador de energía para su casa y los tornos de su carpintería. Le urgía poner a producir su trapiche, pero ante todo quería él mismo terminar de construir su casa, donde esperaba albergar una gran descendencia.
José escuchaba atento, se perdona en anhelos y ensoñaciones escuchando a Santiago. Quería hacer lo mismo para El Tambo.
El ascensor
Entre las curiosidades que Francisco adquirió y tuvo que despachar como carga junto con las excesivas compras de su familia estaba un lujoso ascensor para residencia. Desde la distancia coordinó los detalles de obra civil que tendrían que tenerle lista a su regreso para realizar sin demora alguna la instalación del ascensor él mismo. En el barco leyó los manuales de instalación varias veces, le hacía mucha ilusión poder tener este moderno aparato en su residencia, era un regalo para Lazara.